martes, 5 de octubre de 2010

Voz 9

La Paz (Bolivia), 2 de marzo de 2010                Año I                   No. 9
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Chile en el corazón de nuestros pueblos

De sábado a sábado (87)
“… morir por la Patria es vivir…”, dicen los cubanos
Remberto Cárdenas Morales*

¿Para quién la muerte es útil?
Enrique Ubieta Gómez

La infamia
Lo que ocultan los medios internacionales: quién era Orlando Zapata

Lo lamentamos mucho
(Declaraciones del  presidente de los Consejos de Estado y de Ministros Raúl Castro Ruz sobre el fallecimiento del recluso Orlando Zapata Tamayo, Mariel, 24 de febrero de 2010)

10 preguntas en torno a la muerte de Zapata

El diario El País y el caso Zapata
Cuba: el suicidio de un “disidente”
Atilio A. Boron

El último encuentro con Lula
Fidel Castro Ruz

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Chile en el corazón de nuestros pueblos

Nuestros pueblos entregan una parte de lo poco que tienen para los chilenos, especialmente, para el pueblo de Allende y Neruda.

Ante la inmensa tragedia que sufren nuestros hermanos en Chile, la que nos conmueve en grado sumo, la solidaridad afectiva y material llega al país transandino, de los ricos y de los pobres, como relata un despacho de prensa; así como la presidenta Bachelet llamó a las entidades públicas y privadas a socorrer a las víctimas del terremoto y maremoto, con prontitud, y con todo cuanto esté a su alcance.

La solidaridad de los pueblos, que está entre nuestras fortalezas, es una práctica militante ante la victoria (o para conseguirla) y en el momento de una tragedia. Aquel comportamiento no falla de parte de los más sencillos, de los que menos tienen, de los empobrecidos. Ese apoyo material y moral es mucho más meritorio cuando se comparte lo poco que se tiene entre los hermanos de clase, de pueblo, de otras naciones. Eso hacen nuestros pueblos, ahora con Chile; así como lo hicieron y lo hacen aún con Haití.

Desde Bolivia, por iniciativa gubernamental, la solidaridad se organiza bajo la consigna: “Chile y Haití dependen de ti”, quizá es preferible decir que Chile y Haití necesitan de ti, esto es, que requieren de nuestros pueblos, de todos nosotros. Pero más allá de esa cuestión formal, agua y sangre boliviana llegan a los afectados por aquel doble desastre: terremoto y marejada, sin precedentes en Chile, por su magnitud. Por lo que se informa, la catástrofe de 1960, que castigó sobre todo Valdivia, acabó con la vida de 2.000 personas. Sin embargo, por el área geográfica que afectó el doble fenómeno de la semana anterior, parece que se ubica como el más devastador de la historia de Chile, por lo que los sentimientos y actos solidarios son mayores.

Tenemos que alegrarnos por la extensión y por la profundidad de las acciones solidarias que empiezan, precisamente, entre estados cuyos gobernantes y clases sociales pudientes mantienen añejas diferencias que hasta la fecha no se superan: Bolivia, Chile y Perú.

Sin embargo, la solidaridad entre nuestros pueblos del cono sur de nuestra América, antes y ahora, son mucho más fuertes y con frecuencia vencen aquellas diferencias.

Está como ejemplo lo que ocurrió hace más de un siglo en ocasión de la masacre en la empresa salitrera Santa María de Iquique en la que trabajaron, vivieron, lucharon y murieron obreros chilenos, peruanos, argentinos y bolivianos, entre otros. Volodia Teitelboim, dirigente comunista y escritor, en su novela El hijo del salitre cuenta que ante la posibilidad de la masacre, un cónsul boliviano se reunió con los bolivianos concentrados en aquella empresa salitrera, a la que exigían mejores salarios. Ese funcionario diplomático les dijo que “nosotros los bolivianos” no tenemos nada que ver con un lío entre chilenos y que debemos alejarnos del lugar. Un orureño, en representación de nuestros compatriotas y en un castellano del que tiene como lengua madre el quechua, le respondió: “Tu no eres nosotros, con chilenos vinimos, con chilenos morimos” y, ciertamente, murieron.

Jamás olvidaremos, además, que entre los presos de Pinochet, en el Estadio Nacional, hubo latinoamericanos y bolivianos, junto a miles de chilenos. Allí esos hermanos soportaron la tortura y la vencieron; empero, otros también murieron.

Nuestros pueblos, chileno y boliviano, a pesar de la guerra estúpida (la del salitre o por este recurso natural), en realidad una contienda bélica en defensa de mezquinos intereses empresariales, no distancia a nuestros pueblos porque en otras batallas clasistas, populares y/o nacionales se han hermanado de manera indestructible.

Esos son los hechos vividos por nuestros pueblos que ahora se manifiestan con la fraternidad que a menudo nos falta para superar desencuentros irresueltos, los que no fueron provocados por los de abajo.

Esos sentimientos profundos son los que brotan con mucho vigor en momentos en los que los hermanos chilenos enfrentan una descomunal tragedia, fuerza que podrá acrecentarse con la ayuda material y el respaldo moral de pueblos y países, la de todos los habitantes y estantes de nuestra América.

Decimos “Chile en el corazón de nuestros pueblos”. Así parafraseamos a Neruda que escribió un poemario con el título: España en el corazón, a propósito de aquel país destruido por la guerra civil, la que se libró por la República Española.

¡Fuerza Chile! dijo Bachelet a sus compatriotas en su primer mensaje después del terremoto. Le hacemos coro a la gobernante y esperamos que la solidaridad moral y material para los hermanos chilenos sea la suficiente para la reconstrucción de Chile y que ayude a fortalecer la hermandad entre nuestros pueblos, la que debe ser lo más fuerte de las relaciones entre los empobrecidos de nuestra América.

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