sábado, 19 de febrero de 2011

Voz 55

Voz
La Paz (Bolivia), 19 de febrero de 2011          Año I          No. 55

Libertad inmediata para los Cinco héroes cubanos, presos políticos del imperio
Índice
El PCC es la fuerza dirigente del pueblo cubano
Hay que empezar a salvar la humanidad ya
Fidel Castro Ruz
Sequías, inundaciones y alimentos
Paúl Krugman 13/02/2011
Silvio: “Mi suerte histórica está echada”
Democracia y exclusión social:
No se trata de administrar la desigualdad, sino de eliminarla
Osvaldo Martínez
Contra esos tipos hay algo personal
Waldo Albarracín Sánchez
Sobre el Comandante de Nuestra América: www.chebolivia.org
De la Redacción:
Las notas firmadas expresan los criterios de los autores.
Responsables de esta edición de Voz 55: 
Yuri Aguilar Dávalos
y Remberto Cárdenas Morales


Libertad inmediata para los Cinco héroes cubanos, presos políticos del imperio

El PCC es la fuerza dirigente del pueblo cubano
“¿Cuál el la función del partido? Orientar. Orienta en todos los niveles, no gobierna en todos los niveles. Crea la conciencia revolucionaria de las masas, es el engranaje con las masas, educa a las masas en las ideas del socialismo y en las ideas del comunismo, exhorta a las masas al trabajo, al esfuerzo, a defender la Revolución. Divulga las ideas de la Revolución, supervisa, controla, vigila, informa, discute lo que tenga que discutir, pero no tiene las atribuciones de quitar y poner administradores, de quitar y poner funcionarios”. Así definió Fidel al partido marxista-leninista, al partido revolucionario en un discurso de 1962, a tres años de la victoria y cuanto todavía el líder cubano no había fundado, con otros jefes de la Revolución, el actual Partido Comunista de Cuba (1965). Éste que fusionó a dirigentes y militantes del Movimiento 26 de Julio, del Partido Socialista Popular (el segundo Partido Comunista, después del que fundó Julio Antonio Mella), del Directorio Revolucionario “13 de Marzo” y de revolucionarios sin partido.
El PCC que “existe sólo por el pueblo y para el pueblo” realizará su próximo Congreso entre el 16 y el 19 de abril próximo, en La Habana, ocasión en la que sus delegados discutirán y aprobarán las líneas económicas y sociales para una actualización de la economía y de la sociedad socialistas en la Isla. Esas líneas, que siguen en debate entre aquel pueblo hermano, luego de esa aprobación por la más importante reunión de los comunistas cubanos, serán convertidas en políticas públicas destinadas a su aplicación.
Desde la vereda enemiga y sin diferenciar el trigo de la paja, la agencia de noticias de España, Efe, esta semana informó de que esas líneas sugeridas por el actual presidente cubano, Raúl Castro Ruz, serán aprobadas en aquel Congreso del PCC, al que asistirán sólo economistas y quienes entiendan de economía de modo que estén en capacidad de aportar elementos teóricos e ideológicos.
Admitamos, a manera de simple ejercicio, que allí discutirán entre entendidos en economía. El congreso de los comunistas cubanos se llevará a cabo luego de que esas líneas se estudian, discuten y aprueban en miles de reuniones del PCC y en los más distintas instancias de esa organización política y entre todo el pueblo, subrayamos. O sea que aquel pueblo participa en la aprobación de esas políticas para avanzar más aún en la construcción del socialismo, a pesar del bloqueo yanqui que dura más de 50 años. Incluso antes de que entregaran al pueblo esas líneas económicas y sociales; más aún, incluso antes de la redacción de aquéllas, durante más de un año, especialmente expertos, acopiaron información, investigaron, estudiaron y escribieron esas líneas de actualización, como se las denomina. En verdad, en esas líneas no hay nada que se parezca a la improvisación.
Y ni siquiera sugerimos que aquella obra humana reúne sólo virtudes. Sin embargo, confiamos en que esas líneas recogerán los intereses del pueblo cubano y, por extensión, los de los pueblos de Nuestra América.
Desde posiciones del imperio y de la derecha internacional se espera, sin embargo, que los cubanos fracasen en la aplicación de esas líneas y, con esa materialización, los más audaces aguardan el restablecimiento del capitalismo en la Isla indomable.
El PCC que entraña teoría, método y práctica no está dispuesto a promover, en la Mayor de las Antillas, ningún ejercicio o experimento, ni siquiera copiará modelos que pongan en riesgo el socialismo o que le causen dificultades a ese sistema liberador, como han reiterado los dirigentes de aquella sociedad que sigue un curso transformador. Luego del camino recorrido por más de 50 años, los cubanos continúan por un cauce que les garantiza más socialismo del bueno, para decirlo en el lenguaje popular: tan claro y tan convencedor.  
Asimismo, por Cuba se dice, con una inaceptable ligereza, que vive sin democracia. La discusión de aquellas líneas económicas y sociales, sin restricción alguna, es un ejemplo de ejercicio de la democracia, esto es, de participación del pueblo en las decisiones fundamentales, lo que tiene mucho que ver con el trabajo y la vida de la gente porque, en el socialismo, el bienestar de hombres y de mujeres es el objetivo fundamental. Por tanto, esa democracia quiere decir disfrute, por los cubanos, de la riqueza nacional creada por ellos. 
Además de lo dicho por Fidel sobre el partido marxista-leninista, el PCC es teoría revolucionaria en tanto, por ejemplo, ahora se apresta a poner a prueba las líneas económicas y sociales (previa la discusión señalada). El postulado teórico, entre otros, es que aquellas líneas en su aplicación, durante un proceso, darán como resultado una sociedad más socialista o, lo que es lo mismo, éste último será perfeccionado mediante la aplicación de esas líneas.
El PCC también es método, es el mejor instrumento para la materialización de las tareas dichas por Fidel y que transcribimos en el primer párrafo de esta nota.
El partido marxista-leninista de los cubanos, asimismo, es práctica revolucionaria, hace lo que dice. Esa cualidad le concede ventajas a esa organización que dirige al pueblo cubano.
Ése es el instrumento del pueblo cubano que aplica la teoría marxista-leninista y que asume esta teoría como guía para su acción (praxis). A la vez, ejerce aquella teoría como método de interpretación de la sociedad cubana y del mundo. Ese es el instrumento que en la segunda quincena de abril de este año aprobará las líneas económicas y sociales las que, aplicadas, depararán para Cuba, nuestra América y el mundo, una sociedad en la que se pedirá de cada quien según su capacidad y se remunerará a cada quien según su trabajo, en un estado avanzado de su desarrollo, con lo que se espera que el socialismo sea más justo y más humano de lo ya es. Y esto en la realidad, no sólo en el discurso.

Hay que empezar a salvar la humanidad ya
Texto Introductorio del Comandante en Jefe Fidel Castro al debate con los intelectuales realizado el martes 15 de febrero de 2011 en el Palacio de las Convenciones.
Supe que varios intelectuales prestigiosos, y amigos sinceros de Cuba, visitaron nuestra Capital para participar en la XX Feria Internacional del Libro de La Habana.
Esa Feria es una de las modestas cosas buenas que hemos impulsado. Los libros y las ideas que ustedes elaboran y promueven han sido fuentes de aliento y esperanza; gracias a ellos, conocemos lo que vale el injerto del talento y la bondad. Sus nombres se familiarizan y se repiten a lo largo de la vida durante años, que siempre nos parecen breves.
Entre los factores que amenazan al mundo están las guerras. Los científicos  han sido capaces de poner en manos del hombre colosales energías, que han servido entre otras cosas para crear un instrumento autodestructivo y cruel como el arma nuclear.
Los intelectuales pueden quizás prestar un enorme servicio a la humanidad. No se trataría de salvarla en términos de milenios, tal vez ni siquiera en términos de siglos. El problema es que nuestra especie se encuentra ante problemas nuevos, y no aprendió siquiera a sobrevivir.
Si logramos que los intelectuales comprendan el riesgo que estamos viviendo en este momento, en que la respuesta no se puede posponer, tal vez logren persuadir a las criaturas más autosuficientes e incapaces que han existido nunca: nosotros, los políticos.
¿Cómo?
Me correspondió hace casi 20 años la desagradable tarea de advertir al mundo, en la Conferencia de Naciones Unidas sobre Medio Ambiente y Desarrollo, que nuestra especie estaba en peligro de extinción.
Lo razoné entonces, aunque el peligro no era inminente como ahora, se me escuchó con atención, aunque tal vez sería mejor decir que con benevolencia.
Hubo aplausos. Un tipo se había percatado de eso. Los súper poderosos allí reunidos se dieron cuenta de que era cierto, pero un problema que ellos, desde luego, se ocuparían de resolver en los siglos que tenían por delante.
La cara sonriente de Bush padre, y la monumental mole del Canciller alemán Helmut Kohl, marchando con rapidez por un ancho pasillo, al frente del grupo después de la foto final, propiciaba la impresión de que nada podía perturbar el feliz sosiego de nuestro espléndido mundo.
Tan tonto como los demás mortales, quedé con la idea de que tal vez había exagerado.
Han pasado sólo 19 años y hoy veo cosas perturbadoras que ya están sucediendo y no admiten dilación alguna.
Más vale parecer locos que serlo y no parecerlo. Si pensamos que estamos ya a un paso del abismo y nuestro cálculo no fuera exacto, ningún daño haríamos a la humanidad. Cuando nos acercamos ya a los 7 mil millones de habitantes, no es cuestión de ponerse a filosofar sobre Malthus y las posibilidades de la soya, el trigo y el maíz genéticamente modificados.
Los norteamericanos, que en eso son los más avanzados, saben bien cual es el tope de sus posibilidades.
Es hora ya de prestar atención a los ecologistas y los científicos como Lester Brown, la máxima autoridad mundial en esa materia y la producción de alimentos.
Pensadores eminentes ven con claridad que el sistema capitalista desarrollado marcha hacia un desastre inevitable. Nadie habría sido capaz de prever las nuevas situaciones que se van creando a lo largo del camino, y en nada se niega sino, por el contrario, se confirman las crisis que nos convirtieron en revolucionarios. Ahora no se trata de la inevitabilidad del cambio de la sociedad, sino del derecho de la especie a una vida diferente por la cual no hemos dejado de luchar.
Ni siquiera entre las religiones que postulan el Apocalipsis, una idea en la que creen muchos, nadie que yo sepa sugirió que sería este milenio y mucho menos este siglo.
He meditado mucho estos días en los sucesos que están teniendo lugar y les ruego hagan lo mismo, sin temor alguno de solicitarles un esfuerzo inútil.
Tengo el hábito de leer cuanto análisis de ecologistas y científicos prestigiosos llega a mis manos.
Ayer, cuando meditaba sobre lo ocurrido en Túnez y Egipto, me llamó la atención un artículo recién publicado de Paul Krugman, escritor renombrado y economista serio, cuyos análisis sobre las medidas de Roosevelt a raíz de la Gran Depresión y la guerra, reflejaban un especial conocimiento de la economía en Estados Unidos y el papel desempeñado por el autor del New Deal. No es marxista ni socialista. Recibió el Premio Nobel de Economía en el año 2008. Vean lo que escribió sobre la crisis de los alimentos, la persona tal vez más autorizada para hacerlo.
Sequías, inundaciones y alimentos
Paúl Krugman 13/02/2011
Estamos en mitad de una crisis alimentaria mundial (la segunda en tres años). Los precios mundiales de los alimentos batieron un récord en enero, impulsados por los enormes aumentos de los precios del trigo, el maíz, el azúcar y los aceites. Estos precios desorbitados sólo han tenido un efecto limitado en la inflación estadounidense, que sigue siendo baja desde un punto de vista histórico, pero están teniendo un impacto brutal para los pobres del mundo, que gastan gran parte o incluso la mayoría de sus ingresos en alimentos básicos.
Las consecuencias de esta crisis alimentaria van mucho más allá de la economía. Después de todo, la gran pregunta acerca de los levantamientos contra los regímenes corruptos y opresivos en Oriente Próximo no es tanto por qué se están produciendo como por qué se están produciendo ahora. Y hay pocas dudas de que el hecho de que el precio de la comida esté por las nubes ha sido un desencadenante importante de la cólera popular.
¿Y qué hay detrás del repunte de los precios? La derecha estadounidense (y la china) culpa a las políticas del dinero fácil de la Reserva Federal, y hay al menos un experto que afirma que hay “sangre en las manos de Bernanke”. Mientras tanto, el presidente francés Nicolas Sarkozy culpa a los especuladores y les acusa de “extorsión y pillaje”.
Pero las pruebas cuentan una historia diferente, mucho más siniestra. Aunque hay varios factores que han contribuido a la drástica subida de los precios de los alimentos, el que realmente sobresale es la medida en que los acontecimientos meteorológicos adversos han alterado la producción agrícola. Y estos acontecimientos meteorológicos adversos son exactamente la clase de cosas que uno esperaría ver a medida que el aumento de las concentraciones de los gases de efecto invernadero cambie el clima (lo que significa que la actual subida del precio de la comida podría ser sólo el principio).
Ahora bien, hasta cierto punto, el vertiginoso ascenso de los precios de los alimentos forma parte de un encarecimiento general de los productos básicos: los precios de muchas materias primas, que abarcan todo el espectro desde el aluminio hasta el zinc, han estado subiendo rápidamente desde principios de 2009, principalmente debido al acelerado crecimiento industrial en los mercados emergentes.
Pero la relación entre el crecimiento industrial y la demanda está mucho más clara en el caso del cobre, por ejemplo, que en el de los alimentos. Excepto en los países muy pobres, el aumento de la renta no tiene un gran efecto en la cantidad que come la gente.
Es cierto que el crecimiento en algunos países emergentes como China conduce a un aumento del consumo de carne y, por tanto, a un incremento de la demanda de pienso para los animales. También es cierto que las materias primas agrícolas, especialmente el algodón, compiten por la tierra y otros recursos con los cultivos destinados a la alimentación (como también lo hace la producción subvencionada de etanol, que consume muchísimo maíz). De modo que tanto el crecimiento económico como las malas políticas energéticas han contribuido en cierta medida al repentino encarecimiento de la comida.
Aun así, los precios de los alimentos iban a la zaga de los precios de otros productos básicos hasta el verano pasado. Entonces llegó el azote del tiempo.
Fíjense en el caso del trigo, cuyo precio casi se ha duplicado desde el verano. La causa inmediata del repunte del precio del trigo es evidente: la producción mundial ha caído en picada. La mayor parte del declive de dicha producción, según los datos del Departamento de Agricultura de EE.UU., es el reflejo de una drástica bajada en la antigua Unión Soviética. Y sabemos a qué se debe eso: una ola de calor y una sequía sin precedentes, que elevaron las temperaturas de Moscú por encima de los 38 grados por primera vez en la historia.
La ola de calor rusa sólo ha sido uno de los muchos acontecimientos meteorológicos extremos recientes, desde la sequía de Brasil hasta las inundaciones de proporciones bíblicas de Australia, que han mermado la producción mundial de alimentos.
La pregunta, por tanto, pasa a ser qué hay detrás de estas condiciones meteorológicas extremas. Hasta cierto punto, estamos viendo las consecuencias de un fenómeno natural, La Niña, un acontecimiento periódico en el que el agua del Pacífico ecuatorial se enfría más de lo normal. Y los fenómenos de La Niña se han relacionado históricamente con crisis alimentarias mundiales, entre ellas, las crisis de 2007 y 2008.
Pero la historia no termina ahí. No se dejen engañar por la nieve: en conjunto, 2010 está vinculado con 2005 por ser el año más cálido del que se tienen registros, aun cuando nos encontrábamos en un periodo de actividad solar mínima y La Niña fue un factor de enfriamiento durante la segunda mitad del año. Los récords de temperatura no sólo se batieron en Rusia, sino en al menos 19 países, que representan una quinta parte de la superficie terrestre del planeta. Y tanto las sequías como las inundaciones son consecuencias naturales de un mundo que se calienta: las sequías porque hace más calor, las inundaciones porque los océanos más calientes liberan más vapor de agua.
Como siempre, no es posible atribuir ningún acontecimiento meteorológico concreto a los gases de efecto invernadero. Pero el patrón que estamos viendo, con máximos extremos y en general un tiempo extremo que se vuelve mucho más habitual, es justo lo que uno esperaría del cambio climático.
Por supuesto, los sospechosos habituales se pondrán como locos ante las insinuaciones de que el calentamiento global pueda tener algo que ver con la crisis alimentaria; quienes insisten en que Ben Bernanke tiene las manos manchadas de sangre suelen ser más o menos los mismos que insisten en que el consenso científico sobre el clima es el reflejo de una descomunal conspiración de la izquierda.
Pero las pruebas indican, de hecho, que lo que estamos viviendo ahora es un adelanto de la alteración, económica y política, a la que nos enfrentaremos en un mundo recalentado. Y dada nuestra incapacidad para actuar frente a los gases de efecto invernadero, se avecinan muchas más cosas, y mucho peores.
Han pasado casi 19 años de la Cumbre de Río de Janeiro y tenemos el problema delante. Allí estábamos planteando esos problemas, sin imaginarnos que el fin de la especie puede ser dentro de un siglo o de decenios, si antes no se produce una guerra.
El aumento de los precios de los alimentos agravará de inmediato sin ninguna duda la situación política internacional. Si como consecuencia de todo esto se agravan los problemas, me pregunto: ¿debemos ignorarlos?
Me gustaría que sobre este tema se centrara nuestro debate.
La Humanidad hay que empezar a salvarla ya.

Silvio: “Mi suerte histórica está echada”
Lecturas
El necio es una canción rebelde, incluso con lo que defiende. Surgió en un momento extremo, muy definitorio —el derrumbe del campo socialista— y quizá por eso el bosque no deja que se le vean algunos árboles… Sea señora es un poco al revés: una canción francamente autocrítica...
El siguiente es un fragmento de una entrevista colectiva realizada por jóvenes cubanos a Silvio Rodríguez. Por razones de espacio reproducimos una parte del material periodístico.


Rafael González Escalona, David Vázquez Abella, Mónica Rivero, Carlos Manuel Álvarez Cubadebate
La idea de la entrevista nació el día en que un dedo mal puesto en una tecla eliminó el nombre del autor de una crónica dedicada al concierto de Silvio Rodríguez en el barrio habanero de La Hata. “¿Quién es ‘el prófugo de la esperanza’?”, preguntó Silvio, aludiendo al título de la nota periodística. El nombre de Carlos Manuel fue restablecido en la web por uno de sus compañeros, estudiantes de tercer año de Periodismo de la Universidad de La Habana que escriben, publican y arman Cubadebate. ...No sucede algo así por casualidad. Los estudiantes tienen entre 17 y 21 años. Los editores algo más de 40. Las noticias que pescamos, los videos que sugerimos, las fotos que aquí cada uno elige gravitan hacia todas las direcciones e intereses posibles.
Sin embargo, hemos descubierto que hay un puente donde siempre nos encontramos sin que nadie se ponga previamente de acuerdo: la música de Silvio, los ecos que de él llegan, su blog por el que casi todos comenzamos la búsqueda informativa.  “¿Cómo puedes algo así?”, le preguntaba la editora al autor de ‘El necio’ cuando ya estaba desatada la conspiración de la entrevista colectiva. “Pues me saco la lengua todos los días, ante el espejo, y a veces hasta me pego un poco. No te lo recomiendo pero funciona. Quiero decir, como conexión, porque es lo mismo que hacía a los 17. Otra buena es escuchar a Violeta Parra. Bueno, algún día me cuentas de las tuyas…”, reaccionó él.
No hay manera de saber qué tiempo pasan frente al espejo Mónica, Rubén, Rafael, David y Carlos Manuel, pero sí cuánto duró el envío de sus preguntas. En un pestañazo también Cubadebate recibió las respuestas.
Mónica Rivero, estudiante de Periodismo
—¿Qué gana el arte cuando sale de los espacios concebidos para él?
—Hay que tener claro que una cosa es crear espacios para el arte y otra, muy diferente, es condenar el arte a la rigidez de los espacios. Yo creo que el arte, donde quiera que se manifieste, crea su propio espacio y cumple su función.
—¿Dónde y a quién hay que cantarle hoy en Cuba?
—Se puede cantar en la calle, en los parques, en las plazas, en las peñas, en los teatros; se puede cantar en las prisiones, en las escuelas, en los hospitales, en los centros de trabajo, en las unidades militares; se puede cantar cortando las verduras y limpiando la casa. O sea, en casi todas partes, si se desea, se puede cantar. Donde único no hay que cantar es donde moleste. Tenemos que aprender a respetar el silencio ajeno.
—En su opinión, ¿dónde se ubica la frontera entre lo culto y lo popular? ¿Existe tal frontera, o lo describirías de otra forma?
—La buena música no tiene fronteras ni clase preferente. Los conceptos de culto y de popular nacieron de la sostenibilidad económica del arte. La música, como hoy se conoce, empezó a organizarse en el medioevo, subvencionada por las iglesias, donde además se enseñaba. Después, para satisfacción de soberanos y sus cortes, se fueron creando diversas formaciones orquestales. Fue cuando el mecenazgo de la nobleza mantuvo a virtuosos y compositores.
Esto se refleja en la película “Amadeus”, que sin embargo no explica como un genio como Mozart, para tocar en los palacios, tenía que vestir librea y comer en la cocina, con los criados. El ballet y la ópera fueron convirtiéndose en instituciones de élite en la medida en que fueron necesitando mantener compañías de músicos, cantantes, bailarines, escenógrafos, escritores y empleados, lo que sólo podía ser sostenido con altos precios que pagaban los pudientes.
En muchos países estas colosales instituciones han sido asumidas por el Estado, que debe seguir cobrando caro para paliar los enormes gastos que implica el llamado gran arte. De la exclusividad económica surgió la idea de que había un arte culto, protegido, bien pagado, y otro silvestre y popular, menor, que crecía como la verdolaga. Hoy día está claro que puede haber músicos con más formación académica que otros y que, igualmente, hay grandes músicos empíricos. Hoy día está claro que la música sencillamente es buena o es mala. Para mí, Hórowitz era el Tata Güines del piano. Y a Pancho Amat lo considero el Segovia del tres (y cuidado con eso).
—¿Cuánto le debe su obra a las vivencias de su juventud en los barrios de La Habana?


—Supongo que más o menos lo mismo que le debe a mi niñez, al río Arigüanabo, a los montes que envuelven San Antonio. Igualmente le debe mucho a mis años de soledad como recluta; a mis meses de aventura marina con los pescadores y al año que pasé en la guerra de Angola. En esta suerte de bestiario son inexcusables las generosas musas femeninas. La verdad es que la deuda de mi canción es infinita.
Carlos Manuel Álvarez, estudiante de Periodismo
—Cuál es el riesgo, artísticamente hablando, de un disco como Segunda Cita, tan centrado en la realidad nacional. ¿Pudiéramos decir que el éxito o el fracaso de la obra —en términos de trascendencia— depende del éxito o el fracaso de un proyecto social como el cubano?


—Una vez dije que si la Revolución caía, yo caería con ella. Eso lo mantengo porque una parte esencial de mis canciones tuvo una inspiración revolucionaria. Hay que comprender que transcurrí de niño a hombre en la primera década del proceso. Y que casi desde que empecé a cantar lo hice expresando mi realidad, de la que fui partícipe como persona, tratando siempre de no quedarme en lo superficial. Fue mi manera de entender el compromiso con la partecita de mundo que me tocaba y con el resto del planeta, que también se hacía sentir, y mucho. Hay un arco que va desde “Mientras tanto”, donde anuncio cómo va a ser mi canto, hasta “Sea señora”, donde reclamo evolución, sin R, pero consecuente con nuestra Historia. En esa trayectoria mi suerte histórica está echada. Espero que quede algo para mi suerte artística.
—Todo buen poeta es ficticio. Todo buen poeta roza con la ubicuidad. Parece haber un Silvio para cada momento. Un Silvio que tiende la mano a la hora de definiciones amorosas, de definiciones políticas, de definiciones ante el tiempo, ante la muerte. ¿Cómo se definiría el Silvio hombre, el sujeto imperfecto, ante cada uno de estos escollos?
—Whitman decía que se celebraba y se cantaba a sí mismo. Salvando la insondable distancia, yo he conseguido cantarme a mí mismo, pero cuando he tratado de celebrarme ha sido como el aliento en un cristal. Quizá eso explique que tenga pocas canciones hechas desde la plenitud. Hace años solía decir que cuando era feliz no hacía canciones porque el goce no me dejaba. Era cierto. Profundizando un poco podría agregar que hasta sentía pudor de ser feliz, cuando ocurría. En “Pequeña serenata diurna” lo solucioné pidiendo excusas, pero fue un recurso que sólo pude usar una vez, como le pasó a Agatha Christie con “El asesinato de Roger Ackroyd”.
—A través de su blog, muchos jóvenes latinoamericanos han confesado descubrir, por ejemplo, a Villena y a Eliseo Diego. ¿Hubo tal intención desde un inicio; el propósito, digamos, de abrir un espacio en el universo digital para la obra de grandes poetas cubanos? ¿A qué cree Silvio Rodríguez que se deba su vigencia, su popularidad dentro de la juventud hispanoamericana?
—Yo sólo he ido poniendo referencias personales en el blog, textos con los que me identifico. También he solicitado colaboraciones y algunos me han complacido, otros no (al menos todavía). El caso de Rubén y de Eliseo es porque son poetas —personas— que me acompañan desde hace mucho tiempo. El garbo de la poesía de Rubén me dejó resonancias. El susurro revelador de Eliseo me enseñó otro mundo. No son los únicos citados.
También hay cantores de diferentes tiempos y países. Hago enlaces con artículos diversos, unos de actualidad, otros científicos. Pero el curso del blog, su pulso, lo ha ido conformando la participación de personas que he conocido en ese medio, algunos prácticamente anónimos. A veces mi papel ha sido el de un interpretador que acude a las respuestas que le ofrecen su formación y su memoria. Sentir y actuar en sintonía con esa onda colectiva es parte de lo especial que ha tenido Segunda cita.

Democracia y exclusión social:
No se trata de administrar la desigualdad, sino de eliminarla
Osvaldo Martínez*
El tema de la democracia no suele ser abordado por economistas. Sociólogos, politólogos e historiadores son los que frecuentan este tema, aunque es evidente que en el modelo económico tiene el debate sobre la democracia un componente sustantivo. El acceso al empleo es la base principal para disponer de un ingreso y sostener proyectos de vida individual y familiar pues difícilmente se podría participar en la vida política si no hay participación en la vida económica, si se carece de ese punto de partida condicionante de la participación política que es tener medios de vida asegurados por un trabajo estable. El debate sobre la “construcción de ciudadanía” raras veces toma en cuenta la construcción de empleos estables, remunerados y dotados de adecuadas prestaciones sociales, sin los cuales los ciudadanos que deben mover los hilos de la democracia, no son más que excluidos sociales.
Curiosamente, las tendencias que sobre el empleo desarrolla el capitalismo global de nuestros días son claramente excluyentes de aquel empleo estable. El trabajo tiende a devaluarse, fragmentarse y precarizarse siguiendo el dictado del lucro de mercado que subordina y deforma el uso de las nuevas tecnologías de la información, convirtiéndolas en factores devaluadores de la fuerza de trabajo. Estas tendencias dominantes a escala global llevan implícita la pregunta elemental acerca de si con tal devaluación y exclusión del llamado factor trabajo, el debate sobre la democracia —muy sesgado hacia el análisis de la dinámica de partidos, de procedimientos y rituales— carezca cada vez más de base de sustentación y derive hacia una metafísica democrática.
Es necesaria una ojeada a lo que está haciendo el capitalismo global con el trabajo y un recordatorio de la realidad económico-social latinoamericana, para desde allí, plantearnos de nuevo las viejas interrogantes sobre la democracia.
Entre 2002 y 2007 América Latina vivió una cierta época dorada en términos de crecimiento económico gracias a los altos precios de sus exportaciones de productos básicos, lo cual propició un afianzamiento de su perfil primario exportador (reprimarización), pero hizo posible un crecimiento de 26,5%. El ingreso per cápita anual aumentó 18,4% en ese período (Mussi, Afonso, 2008) y permitió que el ingreso anual promedio de un latinoamericano sea de unos 8.700 dólares, algo así como una clase media a nivel mundial.
En 2007, después de ese auspicioso período los pobres alcanzaban no obstante, la cifra de 194 millones, de los cuales 71 millones eran indigentes. En esta extrema categoría se incluían 41 millones de niñas y niños entre 0 y 12 años y 12 millones de adolescentes entre 13 y 19 años.
En las zonas rurales la extrema pobreza se acentúa y afecta al 37% de la población. Entre indígenas y afrodescendientes la extrema pobreza supera entre 1,6 veces (Colombia), hasta 7,8 veces (Paraguay) a la del resto de la población (CEPAL).
La crisis económica global en 2008-2009  impactó a la región y probablemente echará por tierra los avances sociales que aquellos años de altos precios de las commodities trajeron. Por el momento la FAO ha revelado que los avances logrados a paso de hormiga durante 15 años en la reducción del número de hambrientos, fueron borrados ya y que 53 millones de latinoamericanos están desnutridos, incluyendo tres de cada cuatro niños indígenas.
Pero, lo más interesante es el secular problema de la desigualdad en la distribución del ingreso. América Latina no es la región más pobre. Ella es una especie de clase media en esos engañosos promedios mundiales. Pero, lo que nadie discute es que contiene la mayor carga de desigualdad social, de polarización extrema entre riqueza y pobreza.
Se señala que el coeficiente Gini en América Latina supera en dos tercios al de los países de la OCDE. En la región el 20% más pobre recibe menos del 10% del ingreso total, mientras que el 20% más rico se apropia entre 50-60% (CEPAL).
Esta extrema desigualdad es una poco honrosa “marca de fábrica” que acompaña a América Latina, la define como la región de mayor inequidad social en el planeta y tiene una relación de fundamental importancia con el funcionamiento de la democracia, su calidad y aun su misma concepción.
Aunque esa inequidad hunde sus raíces en el pasado colonial y en los procesos de articulación de las economías y sociedades latinoamericanas a los centros del capitalismo mundial en los siglos 19 y 20, las tendencias actuales del capitalismo global tienden a empeorar lo regresivo en la distribución del ingreso, en íntima conexión con la política neoliberal que ha dominado y aun continúa siendo dominante, a pesar de los esfuerzos por encontrar otras fórmulas.
Las tendencias hacia una mayor desigualdad provenientes del capitalismo global
El período de relativa estabilidad, con política keynesiana, sociedad de bienestar y no pocos avances en la legislación y práctica laboral, que vivió el capitalismo aproximadamente entre 1945 y 1975, entró en crisis por una combinación de factores que incluyeron el descenso de la tasa de ganancia del capital productivo debido al aumento de la composición orgánica del capital y la consiguiente incapacidad de la demanda para absorber los resultados de las inversiones en tecnologías. Comenzó a registrarse un excedente de capital en relación con sus posibilidades de inversión rentable en las condiciones productivas de aquella etapa: keynesiana en cuanto a política económica y fordista en cuanto a organización industrial.
El capital excedente buscó salidas alternativas para su colocación rentable y las encontró en la inversión especulativa, en el traslado de dólares hacia Europa (eurodólares), en la canalización de créditos hacia los países del Sur, en especial los latinoamericanos, en los cuales no tardaría en estallar la crisis de la deuda externa (1982), y en el gasto militar ocasionado por la guerra en Viet Nam.
Aquella transferencia masiva hacia el sector financiero en detrimento de la economía real se reflejó en un crecimiento más lento y un aumento del desempleo. Esto a su vez sometió a tensión al estado de bienestar, hizo aumentar el gasto público y comenzaron los desequilibrios en la balanza de pagos, en especial en la de Estados Unidos, hasta derivar en el insostenible desequilibrio que hace funcionar esa economía como una aspiradora que apoya su consumismo en gigantescos déficits fiscales y comerciales que son financiados por el  resto del mundo, en lo que algunos han llamado el equilibrio del terror financiero.
Esos desequilibrios, apenas iniciales en el caso de Estados Unidos en los años 70, fueron enfrentados por lo general, mediante la emisión de moneda, provocando inflación, y finalmente al reunirse el escaso crecimiento con la inflación, el sistema keynesiano-fordista vivió su crisis final marcado por la estanflación.
Quedó abierto el camino para la implantación de la contrarrevolución neoliberal. Ella combinó la centralidad del mercado como árbitro y organizador supremo, con el flujo de capitales cada vez más libres gracias a la desregulación financiera, más abundantes gracias a las crecientes ganancias especulativas y la anulación de la competencia del llamado socialismo real con la desaparición de la Unión Soviética.
Pero, como ha explicado Gilberto Dupas en su excelente artículo “Pobreza, desigualdad y trabajo en el capitalismo global” publicado en la revista Nueva Sociedad 215 (2008), la incorporación de las tecnologías de la información al sistema productivo conformó una economía del conocimiento que impactó el significado de conceptos como valor, capital y trabajo. Si bien el trabajo aumentó en muchos casos su componente de conocimiento, las reglas capitalistas continuaron imponiendo el principio de que a mayor costo del trabajo, menos importancia y respeto hacia éste. Esas mismas tecnologías facilitaron la “flexibilización del trabajo”, esto es, su precarización, informatización y escasa remuneración. Se extiende el “micro-miniempresario” que debe autoabastecer su propia comida, transporte, salud, superación individual, en una peculiar variante de autoexplotación.
Con el conocimiento se han abierto paso dos caras del mismo fenómeno. Por un lado, éste se ha depreciado al multiplicarse casi sin costo como software utilizado por máquinas para aplicar patrones repetidos, masificados. Por otro, el conocimiento para conservar su valor, debe ser escaso y tratar de obtener monopolios —aunque sean fugaces— en la investigación tecnológica privada para facilitar ganancias extraordinarias mientras dure.
Es el caso de las computadoras, pantallas de plasma y teléfonos celulares que son objeto de campañas publicitarias intensas, de modo que se hacen obsoletos a poco tiempo de salir al mercado y en plena capacidad de sus valores de uso. Es un permanente proceso de inutilización de productos que supone  un enorme desperdicio de materias primas y recursos no renovables, una degradación acelerada del medio ambiente y un voraz consumo de energía.
El trabajo, o bien se precariza y fragmenta, o se devalúa aun incorporando conocimiento, o en los casos privilegiados, sirve como base para una “destrucción creativa” schumpenteriana, en la que al incorporar los límites al crecimiento dados por la degradación ambiental y el consumo de energía, la destrucción supera con creces a la creación, al incluirse dentro del proceso global de agresión a las condiciones para la vida humana en el planeta.
Como señala Dupas algunas grandes corporaciones aparecen como prototipos de momentos en la historia del capitalismo. En los años 80 fue el auge de la maquila desplazando actividades industriales hacia la frontera con México en busca de sus bajos salarios. El capital global luchaba en dos frentes contra la tendencia decreciente de la tasa de ganancia: inflando una superestructura especulativa desorbitada cuyo estallido conduciría a la crisis global actual, y rebajando salarios, protección al trabajo, recortando servicios públicos y contaminando el medio ambiente para descargar costos.
Si en algún momento el modelo empresarial fue Ford y General Motors —hoy reducidas a nostálgicos recuerdos y financieramente quebradas— en otro fue Microsoft y ahora el paradigma es Wall Mart, lo que equivale a decir una facturación de 300 mil millones de dólares anuales, más de 100 millones de clientes cada semana, junto a salarios pésimos, explotación descarnada en medio de abusivas e inhumanas condiciones de trabajo.
El modelo neoliberal ha sido de profundo impacto en hacer más desiguales e inequitativas las sociedades latinoamericanas y en degradar el trabajo como fuente de ingreso y actividad creativa y gratificante. Quizás el más grave de todos los problemas del capitalismo global es la poca cantidad y la mala calidad de los empleos que genera. El trabajo fijo, remunerado, “decente” —según la expresión de la OIT— que es definitivo para la participación social, está no sólo en retroceso, sino en franca crisis. Los empleos de largo plazo asegurados, son cada vez más raros y el trabajo recae sobre tareas o etapas de duración limitada.
Anteriormente, los trabajadores mantenían una sólida relación de largo plazo con sus empresas empleadoras y eso facilitaba un cierto ámbito social que amortiguaba la lucha de clases mediante beneficios en salud, educación, jubilación, que moldeaban una sensación de progreso en medio de sociedades que no vacilaban en llamarse a sí mismas sociedades de bienestar. No mucho de esto llegó a América Latina, que todavía en 1980 seguía siendo en lo esencial abastecedora de materias primas mientras que en Estados Unidos y Europa funcionaba aquel bienestar, pero en cambio llegó con toda velocidad el nuevo paradigma en política económica y sus consecuencias sobre el trabajo.
El neoliberalismo ponía su énfasis en la ganancia a corto plazo, más a tono con su predilección por la especulación cortoplacista que por la ganancia industrial más lenta en el tiempo. Esta tendencia encontró en el avance de las tecnologías de información un complemento perfecto para comenzar a precarizar el trabajo. Las vidas laborales comenzaron a vivir una angustia permanente porque como dice Dupas: “El nuevo capital es impaciente. Los inversores buscan la flexibilidad de las empresas en su secuencia de producción para poder alterar los esquemas a voluntad y tercerizar todo lo que sea posible. En este contexto, los empleos se limitan cada vez más a contratos de hasta seis meses, frecuentemente renovados”.[1]
De este modo, el trabajo temporal es el de más rápido crecimiento. La jornada laboral se hace más larga y la depresión provocada por trabajos “flexibilizados” alimenta la propensión al alcoholismo, el divorcio, los problemas de salud, y en especial hace más desigual la distribución del ingreso y se relaciona con otros fenómenos como el incremento de la violencia y la criminalidad. En América Latina la época de oro neoliberal de los años 90 coincidió no por azar, con un aumento de 40% en los homicidios, lo cual convirtió a la región en la segunda con mayor criminalidad mundial, después de África Subsahariana (Banco Mundial, 2008). Son latinoamericanos tres de los cuatro países más violentos del mundo: Colombia, El Salvador y Brasil.
Desigualdad y democracia en América Latina.
El modelo económico y su relación con la democracia.
Parecería una verdad de Perogrullo que el modelo económico influye muy directamente en la democracia o en su sucedáneo “la gobernabilidad democrática”, pero en la región pueden apreciarse dos etapas de diferente apreciación en cuanto a ella.
Como señala Marcos Roitman en su excelente libro “Las razones de la democracia en América Latina”, si durante varias décadas la pregunta que centró la ocupación intelectual fue ¿cómo salir del subdesarrollo?, después de la traumática etapa de las dictaduras militares y la salvaje represión, la pregunta pasó a ser ¿cómo salir de las dictaduras?
La primera pregunta suponía un intento más abarcador de explicar en la historia, la economía, la política y en la cultura como síntesis de todo lo anterior, el modo en que se había conformado la estructura y relaciones de subdesarrollo y dependencia de esta región. Esta pregunta implicaba el debate sobre la salida del subdesarrollo. Se trataba de explicar el subdesarrollo para dejarlo atrás, de identificar los obstáculos al cambio social para superarlos. En ella, la democracia era parte componente inseparable de las reflexiones sobre las formas de dominación económica, política, cultural de las clases dominantes y de proyectos diversos para transformar aquella realidad.
En esta perspectiva de pensamiento que abarca tanto a los teóricos de la dependencia como a los que desde la interpretación de procesos históricos intentaron explicar la realidad regional, o incluso en figuras independientes como Raúl Prebish, la democracia no era un fin en sí mismo, sino un componente orgánico de una interpretación del subdesarrollo y de un proyecto explícito o implícito para salir de aquel estadio.
Después de la dolorosa experiencia de las dictaduras militares, en los años 80 se inicia una etapa en la que la obsesión por salir de las dictaduras se traduce —no sin cierta lógica a partir de las brutales experiencias vividas— en obsesión por reflexionar sobre la democracia como un fin en sí mismo, despejado de contenido socioeconómico, de dominación clasista y vista en términos de la vía para dejar atrás las dictaduras. Según Agustín Cuevas: “se pasó del modo de producción capitalista al modo de producción democrático”.[2]
Este cambio en el modo de reflexionar sobre la democracia implicó exaltar a ésta como un valor abstracto, intemporal, universal, más allá de sociedades concretas, diferentes todas, y capaz de actuar como un valor normativo en sí mismo para todo tiempo y lugar. La democracia dejó de ser parte de una interpretación histórica de sociedades vivas, divididas en clases, sujetas a relaciones de dependencia y escenario de inequidades y dominación social, necesitadas de transformación, siendo la democracia un componente de esa transformación, y respondiendo ella a una pregunta esencial que le otorga su sentido trascendente, esto es, ¿para qué la democracia?, para pasar a ser estudiada y entendida como un valor universal y destacada casi exclusivamente como opción favorable en comparación con las dictaduras precedentes y en algunos casos como justificación de transiciones democráticas que conservaron importantes espacios de protección a los dictadores y dictaduras anteriores.
Una figura tan lúcida como el desaparecido René Zavaleta dice al respecto: “La sociedad civil en esta fase gnoseológica es el solo el objeto de la democracia; pero el sujeto democrático (es un decir) es la clase dominante, o sea su personificación en el Estado racional. La democracia funciona entonces como una astucia de la dictadura. Es el momento no democrático de la democracia (….).  Sostenemos, por tanto, que la separación entre el estado político y la sociedad civiles es el hecho equivalente, en la política, al fetichismo de la mercancía: dentro de la mercancía o igualdad está la plusvalía o desigualdad y dentro de la autonomía del estado-democracia está la dictadura burguesa”.[3]
En otras palabras, se separa la democracia del problema fundamental de la dominación política de las clases dominantes y se convierte ésta en un conjunto de reglas procedimentales, de reglas de juego “neutrales” e iguales para todos, aunque en la abstracción “todos”, se esconda una dosis de desigualdad, exclusión e injusticia social, que desde abajo, desde las bases mismas de la sociedad, reclamen de la democracia no ser simple procedimiento o reglas para cosas tales como alternancia política, respeto a las mayorías, libertad de expresión, sino instrumento de transformación, camino abierto al cambio social.
Concebida como valor universal, abstracto, como conjunto de reglas procedimentales o como ritual democrático, la democracia se desvincula por definición de cualquier proyecto de transformación sociopolítica, pues en su pretendida universalidad e intemporalidad, la transformación sólo podría existir dentro del espacio de valores establecidos por el ritual democrático universal.
De aquí se desprende otro paso: sería difícil plantear críticas sobre el contenido real en términos de justicia social y acceso verdadero al poder político en las democracias existentes si estos cumplen con los procedimientos democráticos. Es el paso de la democracia a algo sutilmente diferente que es la gobernabilidad democrática, más interesada en reproducirse como gobernabilidad que en plantearse el contenido real de la democracia en términos de justicia social y verdadera igualdad.
No parece casual que abunden más las investigaciones sobre la pobreza que sobre la desigualdad, a pesar de ser ésta el talón de Aquiles de las democracias electorales latinoamericanas, pero en la matriz de pensamiento liberal que es la base de las democracias representativas, la desigualdad es aceptable si se cumple la regla de la igualdad de oportunidades “ciudadanas”, pero en la terca realidad la igualdad de oportunidades entre el 20% “más rico” y no menos del 50% “más pobre” de los latinoamericanos es una burla o una estafa.
La gobernabilidad democrática entendida sólo como definición jurídica procedimental tiende a ignorar el sentido de las relaciones sociales bajo el capitalismo globalizado, neoliberal y transnacionalizado que es el real en América Latina. Éste produce explotación, desigualdad, exclusión y virtual negación de la participación, pero las desigualdades quedan legitimadas como consecuencias inevitables de unas reglas del juego basadas en libertades individuales e igualdad formal bajo la categoría neutra de ciudadanos.
El cientista social Hans-Jurgen Burchardt ha hecho un interesante balance de la relación desigualdad-democracia.[4] Y ha concluido que “a casi tres décadas de la recuperación de la democracia, la mayor participación política no se ha traducido en participación social.
Esto plantea nuevas interrogantes a la teoría de la democracia”.
En el mencionado artículo se constata que los déficits democráticos de las democracias son extensos, a tal extremo que se habrían llegado a plantear la existencia de no menos de 550 subtipos de democracias para unos 120 regímenes formalmente democráticos a fines del siglo 20. Pero más allá de la extensa lista de déficits, una de las conclusiones es que “aunque se produzca con cierta regularidad la alternancia entre las élites políticas, la participación es baja y, por lo tanto, no alcanza para controlarlas. Las élites con frecuencia se aíslan de la sociedad y se enquistan en el poder. Esto significa que, contra lo que sostiene la teoría de transición, la celebración de elecciones libres y la existencia de una estructura institucional adecuada no conducen en forma lineal a la democratización política. Los fenómenos detallados anteriormente no serían “dolores de parto” para avanzar en la construcción de la democracia liberal, sino que deben ser entendidos como características de un desarrollo propio”.[5]
Se ha planteado la expresión “ciudadanía de baja intensidad” para caracterizar las democracias latinoamericanas, pero qué es esto sino el reflejo de la extrema desigualdad y las múltiples formas de discriminación que de allí se derivan y se alimentan de un modelo económico excluyente per se y que considera ciudadanos con iguales derechos al opulento  —que entre otros factores reproduce su opulencia en el acceso al conocimiento— y el hambriento que reproduce su hambre en el no acceso al mismo, y esa brecha en América Latina no se está achicando, sino está creciendo (CEPAL, 2007).
Durante tres décadas de democracias electorales no se ha cumplido en la región el supuesto de que a más democracia más justicia —y no sólo justicia en cuanto a derecho, sino justicia social— y a más justicia más democracia. Por el contrario la desigualdad y por ende, la injusticia social creció en esos años.
Vuelve a plantearse la interrogante acerca de la compatibilidad entre una relación social básica capital-trabajo que en esencia produce y reproduce desigualdad y la democracia en tanto no sólo ritual de reglas de procedimiento en instituciones correspondientes, sino entendida ésta como participación, control sobre los gobernantes, transparencia en la gestión pública, verdadera igualdad.
Burchardt llega a la conclusión, desde una posición que no es anticapitalista, que “democracia y mercado no necesariamente tienen efectos sinérgicos: pueden, de hecho, volverse contradictorios”.
Por su parte, James Petras, desde una posición anticapitalista radical, plantea que la democracia es dependiente de la hegemonía y la solidez de la propiedad capitalista y que este sistema tiene una visión instrumental de la democracia, lo cual se ilustra con numerosos ejemplos históricos en los que el capitalismo global, su centro hegemónico (Estados Unidos) ha apoyado dictaduras —como en América Latina— o democracias electorales según coyunturas evaluadas como favorables o desfavorables para los intereses hegemónicos.[6]
El déficit democrático de las democracias liberales latinoamericanas y no sólo latinoamericanas ha inducido a poner énfasis en la relación entre democracia e igualdad social y a incluir algunas dimensiones socioeconómicas que hacen más complejas la ecuación de la teoría liberal, como la capacidad de decisión económica, las oportunidades y las competencias (Sen, 2003).
Pero, no obstante, la teoría liberal ignora que las capacidades de decisión económica, las oportunidades, los talentos no se establecen a partir de libertades individuales formales, sino que están condicionadas por el medio social concreto y que “por tanto, la reducción efectiva de la desigualdad debería producirse no a través de posibilidades individuales o de la democratización en el acceso, sino mediante la promoción económica y el empoderamiento de las comunidades más pobres y los sectores subalternos”.[7]
El ciudadano abstracto e irreal de la teoría liberal es un ser humano que puede tener derechos teóricos, pero necesita hacerlos efectivos, y para eso tiene que poseer recursos que lo hagan capaz de reclamarlos y hacerse escuchar. Los que no tienen recursos, tienen sólo un derecho inalcanzable que no llega a conectar con su vida real. La ciudadanía se hace realidad participativa y derecho operativo sólo a partir de poseer los recursos para poder demandarlos y ejercerlos. La concepción de ciudadanía —hija predilecta del liberalismo doctrinario— no es más que una abstracción vacía o peor aún, el encubrimiento de la desigualdad real bajo el manto de la igualdad formal, sino va acompañada de un reconocimiento de la desigualdad social y de acciones para combatirla.
El debate sobre la calidad de la democracia parece a veces ignorar la verdad elemental de que para garantizar democracia, participación, control de los gobernantes, buen funcionamiento de las instituciones, en suma, verdadera democracia, no basta con que exista igualdad formal de derechos jurídico-políticos y cumplimiento de los procedimientos y rituales democráticos, sino que los actores sociales posean recursos similares, o al menos, que no existan entre ellos las abismales diferencias que hoy caracterizan a la región.
No basta con reconocer la igualdad en el derecho al voto, a la expresión, a la asociación, etc., si las elecciones son competencias mediáticas costosas, si la expresión es monopolizada por las grandes empresas que fabrican opiniones, si la asociación requiere mucho dinero para establecerse y aún más para hacerse escuchar, si la carencia de instrucción elemental bloquea el diálogo político más allá de banalidades propagandísticas, y si el desempleo y la pobreza favorecen el clientelismo y la compra-venta de votos.
Es imprescindible ir más allá de las igualdades y derechos formales, para actuar en la transformación de la exclusión social mediante la promoción del empleo, la efectiva redistribución de la riqueza, el acceso a la educación, a la salud, a la cultura, y esto con mayor intensidad y premura mientras más desfavorecidos, pobres y excluidos sean los grupos sociales de que se trate.
Las famosas “asimetrías de poder” no son más que una expresión académica suavizante para aludir a la enorme injusticia y exclusión social que lastra a las sociedades de la región y mutilan en ellos la democracia, aunque existan multitud de partidos, funcione el parlamento, los tribunales de justicia, etc.
Democracia y gobiernos que proclaman el socialismo del Siglo 21
En años más recientes, la crisis de pobreza, informalidad y desigualdad desatada por el Consenso de Washington en la región, unida a la vaciedad y carencia de inclusión social en las democracias electorales, produjo el hecho político relevante de la victoria electoral y el acceso al gobierno de fuerzas políticas con proyección antineoliberal, un fuerte sentido de nacionalismo democrático-social, políticas de independencia frente a Estados Unidos y fuerte crítica al accionar de sus gobiernos.
En Venezuela, en Bolivia y Ecuador, se proclama el avance hacia el socialismo del siglo 21 a partir de gobiernos elegidos en procesos electorales de la democracia liberal y que se desenvuelven desde entonces dentro de ellas, dentro de sus reglas y límites.
Surgen varias preguntas en relación con este resultado impensable hace apenas una década, cuando el pensamiento único parecía todopoderoso e incapaz de perder elecciones en las estructuras democráticas adaptadas a su conveniencia y en las cuales sus candidatos ganaban invariablemente, llevando al gobierno variantes menores en la aceptación esencial de la liberalización contenida en el Consenso de Washington.
Tan profunda fue la crisis generada por aquella política de modernización subordinada, de “inserción en el mercado mundial” y de ascenso al Primer Mundo, que los votantes desbordaron la apatía por las elecciones y al votar por Chávez, por Evo Morales, por Rafael Correa, reflejaron el rechazo a la demagogia anterior, utilizando el vehículo electoral que había vuelto a funcionar dentro de la matriz neoliberal.
En efecto, ¿podrán estos gobiernos avanzar hacia el socialismo del siglo 21, lo cual supone dejar atrás al capitalismo, actuando dentro de la estructura institucional y jurídica de la democracia liberal? ¿Podrán ellos ir transformando desde adentro esas estructuras dotando sus principios democrático-igualitarios abstractos con contenidos de justicia social que los trasciendan y conviertan en verdaderas democracias participativas?
Estas preguntas trascienden las posibilidades de un breve artículo y requieren respuestas complejas que no serán dadas sólo por la teoría, sino por la unión entre ella y una práctica política que no tiene manuales preestablecidos y debe ser “creación heroica”, nunca “calco y copia”.
Entre otros muchos factores a tener en cuenta en este complejo desafío político y teórico, se encuentra la necesidad de consolidar una base económica compartida (ALBA) que ofrezca el sustento indispensable del proyecto político y permita que estos gobiernos no sean desalojados mediante elecciones en las que las necesidades materiales insatisfechas estimulen una derrota. La crisis económica global actual plantea a estos gobiernos un desafío porque los desgasta en tanto gobiernos debido a los estragos financieros que provoca, pero al mismo tiempo da la posibilidad de enfrentar la crisis protegiendo con prioridad a los más vulnerables y demostrando así la naturaleza diferente de ellos respecto al modo oligárquico tradicional de descargar los efectos de las crisis económicas. Sólo la práctica política de los próximos años podrá responder a esas preguntas, aunque la experiencia de años recientes muestra que estos gobiernos y aún más, el movimiento social de base popular que ellos encarnan, sería capaz de conjugar democracia y justicia social, colocados fuera del capitalismo y trascendiendo la democracia liberal, llenándola de un nuevo contenido participativo y multicultural.
Mientras tanto, llama la atención la crítica a que se les somete, acerca de la pérdida de calidad democrática en ellos, de tendencias autoritarias que estarían manifestándose, aunque se trata de gobiernos elegidos mediante elecciones consideradas democráticas, con la presencia de observadores internacionales, medios de comunicación oligárquicos abiertos y en pleno funcionamiento e incluso un gobierno como el de Chávez que ha batido record en cuanto a elecciones efectuadas y no sólo elecciones, sino plebiscitos con capacidad de revocar al Presidente, los cuales no existen ni han existido en los países que no reciben críticas y que por tanto, estarían cumpliendo a pie juntillas los parámetros democráticos consagrados.
Las críticas se basan en la teoría liberal que prioriza el ritual y los procedimientos y se mantiene dentro de los límites de la ciudadanía abstracta, la igualdad de derechos entre desiguales y la libertad de expresión de los grandes dueños de empresas mediáticas.
Es singular que los gobiernos de izquierda mencionados reciban críticas por diferenciarse de los que siguen el modelo liberal oligárquico y las críticas sean más acres, mientras mayores dosis de inclusión social producen o intentan introducir. Pero, la carencia de inclusión social ha sido precisamente la que ha vaciado la democracia liberal y la ha sumido en reconocidos déficits  que tienen en la indiferencia de los votantes —el partido de mayor votación es la abstención— su síntoma más evidente.
Parecería que la única forma de satisfacer a los críticos de los gobiernos de izquierda es volver estrictamente a la democracia ritual que al fracasar hizo posible la llegada al gobierno de los que ahora critican.
A la comunicación entre gobernantes y gobernados que se establece en las experiencias comunitarias ensayadas por Chávez o en el peculiar modo de comunicación y respeto entre Evo Morales y la población indígena, se las descalifica calificándolos como populismo.
La expresión populismo se identifica como demagogia o en la mejor variante, como reducción de la calidad democrática, tendiente al autoritarismo.
Pero, como señala Burchardt, el populismo puede ayudar a superar crisis sociales mediante la construcción de un imaginario colectivo en torno a nuevos valores, establecer la comunicación entre gobernantes y gobernados que la democracia representativa nunca logró, y actuar como vehículo de una amplia movilización política que ya va haciendo parte de una ampliación de los derechos democráticos.
El populismo, en tanto apelación al “pueblo” no define una orientación política per se, sino solamente el propósito de accionar por definir el bien colectivo, sin que esto implique la opción por un sistema político específico.
Gobiernos militares de la etapa dictatorial fueron tildados de populistas y lo fueron también los gobiernos emergidos de elecciones que aplicaron los ajustes estructurales neoliberales en los 80 y 90, por lo que llamar populistas a los gobiernos de izquierda actuales expresa no sólo un intento de rebajarlos a priori, sino un desconocimiento de la verdadera carga conceptual del llamado populismo.
Más que descalificar a los gobiernos que proclamaron su propósito de construir el socialismo del siglo 21, sería  necesario replantearse el viejo problema de la relación entre libertad de mercado y democracia.
Si la concepción de democracia no incorpora a ella la noción de equidad social, reducción de las desigualdades sociales que hacen de la democracia letra muerta, el bello concepto seguirá siendo un formalismo en tanto igualdad político-jurídica, carente de significado real para los muchos excluidos en la distribución del ingreso.
La democracia no puede limitarse al discurso liberal sobre la igualdad de todos ante la ley y los derechos individuales inalienables, en tanto la libertad de mercado —o los monopolios del mercado— generan exclusión social en la base misma de la pretendida democracia. No basta con la igual político-jurídica, si no va acompañada de la inclusión social, y ésta es incompatible con la abismal desigualdad latinoamericana.
La validez formal del derecho básico de libertad no puede quedar en la declaración solemne, pero intrascendente, sino que debe promover la inclusión de los excluidos, mediante su ascenso intelectual y económico, lo que supone renunciar a entender falsamente la igualdad como una realidad y asumirla como un objetivo prioritario del Estado, sin el cual no tendrá éste verdadera legitimación democrática. Lo anterior implica reconocer que el sistema social engendrador de las desigualdades debe ser transformado, pues no se trata de administrar la desigualdad, sino de eliminarla.
Éste es el núcleo duro, a mi juicio definidor de los proyectos para construir el socialismo del siglo 21. Más que llamar populismo en sentido despectivo a estos proyectos, sería justo entenderlos como proyectos encaminados a encontrar el vital eslabón perdido de la democracia liberal: la justicia social en tanto inclusión de los excluidos y el establecimiento no sólo de una democracia política formal, sino de una democracia participativa, social, con significado real para todos sus actores.
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Sen, Amartya Kumar: Sobre ética y economía, Alianza, Madrid, 2003.
[1] Gilberto Dupas: Pobreza, desigualdad y trabajo en el capitalismo global. Revista Nueva Sociedad No. 215. Mayo-junio 2008.
[2] Agustín Cuevas. “Las democracias restringidas de América Latina”. Planeta. Ecuador. 1988.
[3] René Zavaleta: “Cuatro conceptos de la democracia” en Las masas en noviembre, Librería Editorial Juventud, La Paz, Bolivia, 1983.
Labastida: Los nuevos procesos sociales y la teoría política contemporánea”. Siglo XXI. México. 1986. Pág. 302. Citado por Marcos Roitman.
[4] Hans-Jurgen Burchardt: Desigualdad y democracia. Revista Nueva Sociedad 215. Mayo-junio 2008. Pags. 79-94.
[5] Hans Jurgen Burchardt. Artículo citado. Pág. 81
[6] James Petras: Democracia y capitalismo. Transición democrática o neoautoritarismo.
[7]Hans-Jurgen Burchardt. Artículo citado. Pág. 89.
*El autor de este ensayo, Osvaldo Martínez, es el director del Centro de Investigaciones de la Economía Mundial, La Habana, Cuba.

Contra esos tipos hay algo personal
Waldo Albarracín Sánchez
La historia demostró que los intereses políticos siempre se sobreponen a la justicia, consolidándose  la impunidad de ciertos personajes funestos cuya trayectoria  está marcada por el desprecio a la vida, los valores humanos, la aplicación del genocidio y otros crímenes de lesa humanidad. Sin embargo, resultaron premiados por las instancias de poder y por ende protegidos, quizás justificando con cinismo el criterio vertido públicamente por determinado gobernante del país del norte cuando se refería a Anastasio Somoza, el ex dictador nicaragüense: Sabemos que es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”.  
Uno de estos personajes siniestros es Luis Posada Carriles, cuyo nombre probablemente resulte aún desconocido en determinadas regiones, sin embargo, este hombre de 82 años de edad, casi contemporáneo de un colega chileno suyo (Augusto Pinochet), se da el lujo de pavonearnos en el rostro su impunidad, no obstante haber causado la muerte de 73 personas en 1976 al promover un atentado criminal contra un avión cubano que volaba de Caracas, además de colocar explosivos en serie en varios hoteles de La Habana en 1997, precisamente para generar pánico en los turistas que visitaban ese país, logrando incluso el asesinato de un joven italiano, que pagó con su vida las tendencias genocidas de Posada Carriles, éste justifica su acción con el sencillo argumento de que Fabio Di Celmo (la víctima) estaba en el lugar y el momento equivocado, que no fue intencional y que no se podía parar el operativo. Este hombre, vinculado a la CIA entre los años 60 y 70, que posteriormente trabajo para los órganos de Inteligencia en Venezuela, que fue entrenado por el ejército norteamericano en Fort Benning Georgia en 1962, cuya demanda de extradición planteada por las autoridades cubanas y venezolanas a los Estados Unidos, no dio resultados, manifestó en una entrevista periodística que “duerme como un bebé”, queriendo expresar que no tiene ningún cargo de conciencia y que irónicamente hoy está siendo juzgado en los Estados Unidos ante la jueza Kathleen Cardone, no por sus delitos de lesa humanidad, sino por mentir ante las autoridades migratorias, es decir por hechos de mínima cuantía en relación a sus crímenes principales. Es la prueba ostensible de que está siendo premiado por la naturaleza política de sus fechorías.   
Otro personaje siniestro  cuyo nombre también puede resultar desconocido para los pueblos, es el de OMAR SULEIMAN, nombrado el 29 de enero por  Mubarak Vicepresidente de Egipto. Este individuo en determinado momento coqueteó con los regímenes comunistas, recibió entrenamiento militar  de combate en la ex  Unión  Soviética, pero también resultó ser hombre de confianza de la CIA. En 1993 recibió a los presuntos terroristas enviados por Estados Unidos, los hizo desaparecer durante tres meses para someterlos a interrogatorios bajo tortura, convirtió su oficio en toda una especialización, siempre bajo una orientación política. También está implicado en las torturas sufridas por Mandouh Habib, un ciudadano australiano capturado en Pakistán en el 2000, que antes de ser repatriado a su país, estuvo preso en Afganistán y Guantánamo, víctima de las atrocidades que se cometieron en esos campos de concentración.  Suleiman fue considerado como el Jefe de Inteligencia más poderoso del planeta. Los cables de Wikiledks revelan que ya en 2007 en las instancias de poder norteamericanas, se lo valoraba como el sucesor ideal de Mubarak. Con lo que no contaban quienes lo apuntalaban, es con la valiente movilización del pueblo egipcio que provocó la salida no prevista hasta hace poco del dictador y de su principal agente represor. Es de esperar que Suleiman no sea premiado lo mismo que el asesino Posada. Obviamente,  entre estos tipos y yo, hay algo personal.

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